5.7.06

JOSÉ MANUEL GALLARDO


José Manuel Gallardo Parga nació en Madrid en 1975, se licenció en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid y actualmente continúa reelaborando su siempre pospuesta tesis doctoral sobre don Juan Benet. Trabaja como profesor de Lengua y Literatura en Madrid y ha trabajado en distintos lugares de España como profesor de Español para Extranjeros, labor que sigue haciendo algunas semanas de sus extensos veranos. Ha obtenido algunos premios literarios como el Segundo Premio en el IX Concurso de Poesía Miguel Hernández del Ilustre Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Ciencias y Letras de Madrid; y segundo accésit en el VIII Concurso. Colabora con la Revista de Literatura y Cultura El coloquio de los perros donde han aparecido algunos de sus poemas, un reportaje foto-poético y entrevistas con dibujantes de cómic, aunque su primer poemario, Límites, Ayuntamiento de Talavera de la Reina, 2003, que consiguió el Accésit del Premio Joaquín Benito de Lucas 2002 es su única obra editada. Ha realizado algunos proyectos en Internet, como la desaparecida revista Athenea, y ha colaborado en distintas publicaciones literarias con estudios como La poesía última de José Hierro, Las traducciones de Verlaine por Manuel Machado o España Peregrina, una revista del exilio español en México.


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FAMOSOS EN ACCIÓN: Amigo Gallardo, siento mucha curiosidad (y envidia, por qué no) por su concepto de libro orgánico, y me gustaría que nos contara de dónde le viene, en qué consiste y por qué un libro orgánico es mejor que uno abierto.

JOSÉ MANUEL GALLARDO: ¿Libro orgánico? Es concebir el libro como una parcela mínima de explicación de algo o de alguien, una visión de un problema o de una realidad desde distintos puntos de vista complementarios. Siempre me han fascinado los libros fragmentados que cuentan una historia, que buscan un camino. A través de distintas imágenes o de distintos poemas se llega a tener la ilusión de un todo, aunque sea incompleto; además de que estos fragmentos, por separado, constituyen también la ilusión de un algo completo. Mi forma de creación me lleva inevitablemente a este tipo de libros. Cada poema surge de una idea, de una inquietud que nunca plasmo en el papel inmediatamente sino que dejo madurar meses; cuando el poema está maduro lo paso a letra escrita, pero en el proceso de creación no surge un poema sino varias visiones-versiones de la misma idea que evolucionan por separado y se hacen independientes. Es así como de una misma idea surge lentamente un libro completo, que se complementa y se contradice a sí mismo; lo que usted denomina libro orgánico

Esta preferencia viene desde mis primeras lecturas, de libros como Alegría de Hierro, y recorre la historia de mis lecturas hasta Las afueras de García Casado. Es simplemente una preferencia personal que parte del intento de dar una explicación a lo inexplicable, sabiendo de partida que será imposible, y conociendo que realmente no existe una realidad para todos sino distintas percepciones o conocimientos de algo. Además, lo aprovecho para mezclar mis distintas inquietudes e imágenes de la realidad: la física, la arquitectura, la voz femenina, la intertextualidad...
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F.E.A.: Aprovecho cualquier oportunidad para preguntarle a todo el mundo qué otras artes canaliza en su poesía. Es evidente que usted está experimentando con la simbiosis entre fotografía y poesía. ¿Hasta qué punto no es ésta una mezcla un poco arbitraria?

J.M.G.: Es una mezcla puramente arbitraria, pero que sirve para explicar, explicarme, una de las parcelas del mundo. Es quizá otro intento de realizar ese libro orgánico: la explicación de un todo con dos lenguajes no solo arbitrarios sino formal y ontológicamente diferentes. El concepto de fijación de un momento efímero en un fotograma tiene mucho que ver con la expresión de un pensamiento, concepto, sentimiento o como quiera usted llamarlo en un poema. Son dos momentos que evidentemente no vuelven a suceder, pero que se recrean cada vez que se observa la foto o se lee el poema. La fusión entre los dos, sin embargo, no la veo muy clara, aunque experimente con ella. La fotografía es un arte espacial y la poesía es temporal. No sé cómo unir esas dos facetas.

F.E.A.: ¿Tal vez el cine (o al menos cierto cine) pueda cuadrar ese círculo?

J.M.G.: Seguramente sí, ya que el cine es capaz de mezclar la palabra poética con la imagen (también poética). Creo de forma también un poco ingenua en esa imagen renacentista del artista como alguien capaz de dominar las artes y las ciencias de su tiempo y usarlas como forma expresiva sin importar su procedencia: no sé si son más importantes las obras de ingeniería de Juan Benet como la presa del Porma, sus fantásticas marinas al óleo o su producción literaria. El cine es un campo muy relacionado con la imagen fotográfica en el que no me importaría investigar, pero mi escasa cercanía a esa forma expresiva me ha demostrado que es a veces un trabajo más técnico que artístico y, sobre todo, muy poco individual, lo que actualmente no se acerca a mis intereses.

F.E.A.: En Mánchester, el poeta local Lemn Sissay es la imagen de todas las campañas publicitarias de la compañía de autobuses Stagecoach: fotos del poeta sonriente con un bonobús en la mano adornan los vehículos, y sus poemas se exhiben en paneles dentro de los mismos. ¿Le parece esto una aberración, una contaminación o una mercantilización de la palabra poética, o se ha presentado usted ya a algún cásting?

J.M.G.: “La palabra poética”... Habría que preguntarse si en Manchester, además de Lemn Sissay, sobreviven el resto de poetas con los cuantiosos beneficios producidos por sus libros. Todo lo que sirva de difusión es lícito si el autor lo quiere; que sirva para vender imagen o para vender poesía es lo que no tengo tan claro. Un poeta, de todas formas, no es un ermitaño y la experiencia vital y el bagaje cultural hacen variar mucho los valores personales. Venderse a la publicidad o venderse a un puesto de trabajo viene a ser lo mismo, lo importante es si Lemn Sissay tiene ahora más dinero o tiempo libre para crear o no crear literatura y si esa literatura es válida para sus lectores.

F.E.A.: Es una opinión razonablemente extendida la idea de que otra de sus pasiones, la música rock, no es más que la lírica popular de nuestro tiempo, opuesta a la escrita o culta. ¿Cómo ve usted el contacto entre los dos ámbitos en nuestro contexto? ¿Y en su obra?

J.M.G.: El rock, el tecno, el pop o cualquier otro tipo de música actual es evidentemente popular; y si nos adentramos en la letra de las canciones esto se hace más evidente: las letras de rock acaban expresando historias cotidianas, ideas convencionales y retórica popular. Sin embargo, no es algo que vaya en contra de la lírica culta, sino que la complementa; la lírica popular es la base de nuestro conocimiento del mundo, de las ideas preconcebidas de amor, deseo, humor, relaciones humanas, etc. Y, curiosamente, son ideas similares en todas las culturas. La poesía culta, por más que quiera, no se aleja de estas ideas base del individuo: la soledad, la nostalgia, el desamor, el lenguaje...el único cambio entre una expresión y otra es básicamente retórico.

Hace tiempo, tras interesarme por la lírica tradicional, escribí un conjunto de 22 canciones a imitación de la lírica popular medieval española, con la misma concepción del mundo y el mismo estilo; creo que los temas que trataba en esas brevísimas canciones y villancicos no difieren en lo fundamental de otro tipo de poesía. Es cierto que la llamada lírica culta tiende a hacerse más sutil, pero quizá pierda la frescura y la fuerza de lo evidente que tiene lo popular, y la fuerza del rock, pese a la baja calidad que tienen muchas veces los textos de las canciones, es innegable.

F.E.A.: No me gustaría olvidarme de hacerle hablar de Benet. ¿Cuál es la primera lección aprendida en él que intenta usted aplicarse al agarrar el bolígrafo?

J.M.G.: Benet es para mí sinónimo de literatura, mejor, de Literatura. La primera vez que tuve un cuento de Benet entre mis manos (recuerdo que fue el maravilloso Una tumba) disfruté. Y eso no es fácil con mi formación de filólogo, ya que la cantidad de lecturas hacen cada vez más difícil (no sé si esto les sucede también a ustedes) el disfrute de la literatura. Actualmente la mayoría de lo que leo se me cae de las manos. Pero aquí está Benet para salvarme.

Creo que la literatura no tiene otro objetivo que ella en sí misma, sin buscar ninguna funcionalidad, al igual que cuando estamos de cañas con los amigos e iniciamos una conversación no buscamos ansiosamente la cerveza, ni la adquisición de nueva información (maldita Teoría de la Comunicación). El disfrute directo, sin finalidad, completamente absurdo e infantil, eso me aporta Benet.

Luego está, por supuesto, la intención de que todo lo expresado sea un laberinto incoherente y más o menos casual, y que la explicación del mundo que da la literatura no es general ni válida, sino particular y momentánea.

De mi pasión por el Estilo Literario de Benet y por la sintaxis, compréndame, prefiero no hablar, es demasiado complejo para unas pocas líneas.

F.E.A.: Es usted una de las personas más andariegas que conozco. No creo que haya provincia en esta península que no lo haya tenido a usted tomándose unas cañas en alguna ocasión. ¿Recuerda que algunos poetas griegos de la Antología se quejaban de ser heimatlós o nómadas, que añoraban echar raíces? ¿Se escribe mejor en el sillón del abuelo, o en las estaciones de servicio?

J.M.G.: Uno de los últimos poemas que he escrito se titula precisamente “La respuesta es el camino”; y es que disfruto del viaje como forma de crecimiento personal y como forma de conocer a los demás. Intento buscar en cada lugar los pequeños matices, las minúsculas diferencias que para mí son esenciales para distinguirlos: el nombre diferente de determinada comida, la forma del suelo de las calles, la constitución de la fachada de los edificios, el color del cielo... y dejar de viajar sería como una mutilación. Viajar, de todas formas, no significa no echar raíces, para ser nómada se ha tenido que empezar el camino desde algún lugar, al que muchas veces deseamos volver. Mis raíces se las debo a unos pocos lugares donde he vivido, y donde pretendo seguir viviendo.

Para escribir, sin duda, lo mejor es el papel, en mi caso papel ya usado. Pintar en los sillones o en las puertas de los lavabos de las estaciones de servicio es más propio de vándalos. La experiencia del viaje para mí es necesaria, incluso si el viaje no es espacial, pero mi forma de creación tiene poco que ver con mirar un atardecer y esperar sentado a que aparezca ese famoso primer verso. El poema se va formando poco a poco, ya sea en la cola del super del barrio o perdido entre los edificios nocturnos de Sarajevo.

F.E.A.: Lamento, pero no mucho, salirle con otra de mis recién descubiertas obsesiones: ¿qué haría usted con una beca de creación literaria? ¿crear literatura? ¿o hacer viajes?

J.M.G.: Recuerdo una anécdota que citaba Borges sobre un joven escritor que pedía financiación para viajar y así escribir una novela, y cómo él le respondía que eso mostraba su incapacidad para escribir. Sin duda la beca la utilizaría para viajar ¿quién es tan iluso que piensa que solo se va a empezar a crear a partir de una dotación económica? ¿dejaría usted de escribir si no le concediesen esa beca? Y, sobre todo: ¿quién es el inepto que daría una beca a un poeta? ¿nos hemos vuelto locos?

F.E.A.: Deduzco que no cree usted en la profesionalización de la poesía ¿o yerro?

J.M.G.: Creo que las creaciones artísticas no deben estar forzadas por los rígidos esquemas de una producción basada en intereses económicos. Una de las profesiones o vocaciones que más admiro como es la arquitectura cambia enormemente de ser entendida como una fuente de enormes ingresos (aún más en estos momentos en nuestro país) a ser entendida como una vocación. Hay quien elige ser arquitecto por los futuros beneficios económicos (o gracias a ellos) y hay quien cree en el arte de crear edificios. La ventaja de la poesía es que nunca se elige como salida laboral ni como fuente de futuros ingresos o estabilidad económica, la poesía viene dada sin tomar en cuenta la profesión; un escritor puede ser poeta profesional, pero en principio se acerca al hecho poético como elección personal, de ahí la escasa importancia que le doy a las becas de creación literaria.

F.E.A.: Para acabar, una pequeña duda que me surgió el verano pasado: ¿puede y debe un poeta ir por la calle con una gorra de Fernando Alonso? ¿sólo puede? ¿sólo debe? ¿o ninguna de las anteriores es correcta?

J.M.G.: Que pueda, está más que demostrado; el verbo deber, sin embargo... Quizá haya que volver a hablar de rock y de lírica popular: ¿son los poetas unos señores alelados con gafas que pasean por los parques oliendo las flores y saludando a las estatuas? Evidentemente un poeta culturalista vestirá de Gaultier, mientras que un poeta de la experiencia lo hará con ropa de Zara y uno del lumpen con camisetas de Metallica; la pena es que Alonso no corra con Ferrari, me encanta el color rojo de esa modesta empresa italiana.


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3 comentarios:

Daniel dijo...

Coño Horacio, qué iniciativa más cuirosa. Mi correo, helo aquí:
daniel.bellon(arroba)gmail.com

Anónimo dijo...

¡Esto no es mas que porno, porno, porno!

Anónimo dijo...

Vamos, no le puedo creer si esque ni el puto CSI